sábado, febrero 16, 2008

Una mente sin recuerdos

“Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma...

Yo no sé “

Cesar Vallejos.

Fue tremendo haberla visto, me dejó destruida. Ella está mal...deteriorada, completamente ausente.

No están sus manías, se le olvidaron las cosas que la hacían feliz. Abandonó su devoción por los chocolates, por el orden y por Dios.
No hay nada en ella que me haga sentir que es la misma abuelita con la que compartí tardes enteras de esos calurosos veranos en Parral, haciendo manjar blanco o sólo mirando cuan rápido crecía la maleza en esa fértil tierra.

Ella hablaba mucho. Ahora nada. Nada. Contesta con monólogos, sólo cuando "vuelve". Pero eso no pasa casi nunca, está la mayoría del tiempo en ese cualquier/ningún lugar donde ha sacado residencia vitalicia. Pienso que siempre estará en ese limbo extraño. En ese lugar que busco en sus ojos y que sólo existe en su cabecita.

Su mirada, ausente. Ausente y brillosa. Su horizonte preferido es la eternidad.

Pasa segundos, minutos y horas frente a la ventana, frente al televisor, absorta en las imágenes que éste emite pero que no llegan a paradero alguno.

A veces, uno de sus ojos lagrimea y ella hace un ruido de molestia, de incomodidad aunque no sé realmente por qué es. Uno trata de intuir, de suponer que sucede para poder hacerla sentir mejor pero las cosas que uno presupuestaba de ella ya no corren. Volvió a ser una tabla rasa, con comportamientos nuevos y desconocidos.

Ella ya no camina y sus pies están como rígidos. De todos modos nos dice que se siente cómoda así, en esa silla donde visita la Plaza Principal en estos bonitos días

No come sola, sus manos tiritan, el pulso ya no está.

Uno la mira y es increíblemente doloroso ver el círculo de la vida. Vuelve a ser alimentada por otros, vuelven a limpiarle la boca como fue, de seguro, hace 80 años atrás.


Es increíble que en tres/cuatro meses se haya deteriorado de esta forma. Estoy convencida que no es tanto tiempo como para que haya sido tan brusca su caída en el Alzheimer. Pero las enfermedades no perdonan. Avanzan con prisa y sin consideración.


Frente a ese olvido que cada día es más grande nosotros, su familia, debemos poner el pecho y esperar a que golpee fuerte y despiadadamente. Hacernos los valientes y pensar que esto es algo que ocurre a su edad.

Pero siendo honestos, también nos queda pensar cada día las cosas serán más duras y ella ya no sabrá quienes somos ni que hemos vivido con ella.

Me retiré de esa casa pensando que mientras avanzaba a la puerta más se alejaban sus recuerdos de nuestra vida en común. Sabía que cada paso que daba era un recuerdo menos en su memoria y un dolor más fuerte en mi corazón.

Pese a todo, ella insiste que las flores del patio están más lindas que nunca y que es bueno que el tiempo pase más lento por que antes vivía demasiado apurada.